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¿Quién soy?
Mi nombre es Diego J. Barrios, nací un domingo 18 de enero de 1987 en la ciudad de Carmen de Areco, provincia de Buenos Aires, Argentina y no estoy bautizado bajo las normas de ninguna iglesia. Desde la cuna vi que mi entorno era normal, como en casi todas las familias argentinas de clase media (media de aquél entonces, clase trabajadora en realidad). Asado los domingos, charlas a los gritos en reuniones familiares, vecinos de mi misma edad con quienes atinábamos a improvisar algún juego no muy claro, cumpleaños donde sólo comían y tomaban las tías y los abuelos, etc. Cuando tenía 4 años de edad mis padres y yo nos mudamos a Basavilbaso, un pequeño pueblo de Entre Ríos, por razones laborales. Allí tuve la suerte de conocer y crecer junto a personas que lamento no haber vuelto a ver, gente sumamente cálida y de sinceras intenciones y principios. Inicié así los estudios primarios en un colegio llamado “Cristo Rey”, una escuela de monjas que basaban gran parte de la enseñanza en doctrinas cristiano-católicas. En aquella linda institución supe pronunciar el “Padre nuestro” y descubrí cuanto valor tiene para los creyentes. Luego de algunos años, luego de hacer amigos, luego de hartarme de extrañar mi familia en Buenos Aires, luego de que el canto entrerriano comenzara, de a poco, a apoderarse de mi dicción, nos volvimos a Carmen de Areco; mi abuelo estaba enfermo y debimos volver. Dejamos todo… todo. Llegamos a mi ciudad natal en febrero de 1996 y a fines de ese mismo año mi abuelo paterno se marchó… no sé a donde aún, no sé porqué… De esta manera rehice lo que me quedaba de infancia en Carmen, con nueva gente, con nuevas costumbres… pese a que se trataba de mi lugar de origen, me resultaba nuevo. Es allí donde tuve un serio acercamiento con los cuentos y la narrativa (precaria debido a mi edad) escribindo historias en las horas libres del colegio, y en las horas de matemática, en las que mis amigos y compañeros eran los protagonístas. A veces superhéroes, a veces ellos mismos pero metidos en odiseas impensadas en el contexto de mi ciudad, con capítulos y continuaciones que casi los obligaba a molestarme en la fila al día siguiente preguntándome cómo iba a seguir la trama. Al cabo de unos años de vida tranquila (por momentos) mis padres deciden separarse. Aquello, sin dudas, marcó un quiebre en mi vida. El hecho, a nivel conciente, me afectó muy poco; sin embargo debí aprender a vivir con ambos, de casa en casa, dejando conforme a todo el mundo, compartiendo aquí y allá, en ocasiones cenando dos veces y contando la misma historia con play & replay. Valoro, de esos años que siguieron, la posibilidad que tuve de salir al mundo, de conocer la calle y sus hábitos. Uno aprende de todo y esa también fue una etapa de aprendizaje, al menos para saber lo que no tenía que hacer. En 2002, ya un tanto cansado de la rutina y de la ciudad, me fui a vivir a Corrientes, capital de la homónima provincia. Me fui con mi papá, puesto que él tenía proyectos relacionados con los medios gráficos que quería concretar en un nuevo lugar. Sólo vivimos juntos algunos meses… 5, para ser exacto. El litoral me dejó historias, de las mejores, me dejó amores, experiencias, más amigos y más personas para extrañar. El gran Paraná y yo nos supimos entender, logramos comunicarnos y respetarnos. A fines de ese año ya estaba de nuevo en Carmen de Areco y lleno de poemas. Cada una de las vacaciones que sucedieron me encontraba viajando hacia la capital correntina para visitar a mi viejo, pasar algún tiempo de calor y salidas y volver a mi Buenos Aires. Después de mi aventura, dejé el tercer año del secundario para retomarlo el año siguiente. Y aquí comencé una etapa de indecisión en la que no sabía si estudiar o trabajar… en la que no tenía idea de cómo seguir mi vida. Fui sodero, verdulero, estudiante mediocre de medio tiempo y fracasado a mitad de año, una especie de barman, heladero y cadete de un mini mercado. Desde luego que esto no alcanzaba; de todas formas siempre escribía. En En 2007, ya tapado de precaria literatura, Luis A. Pronesti, quien en ese entonces era intendente de la ciudad, me brindó la posibilidad de publicar un humilde libro de poemas. En septiembre de dicho año presenté “Secuelas”, una selección de textos propios escritos en diferentes momentos de mi breve vida. Más allá de su tono adolescente, aquella obra me abrió la puerta a un sin fin de nuevos y mejor trabajados textos, al descubrimiento del apropiado manejo de los recursos estilísticos de la lírica y la narrativa. Reconozco, aunque me avergüence un poco decirlo, que la gente de mi ciudad felicitó mi esfuerzo y trató siempre de encontrar en esta obra algo bueno, una frase, una palabra, una idea… Y seguí escribiendo. Mientras estudiaba, era hijo, novio y amigo, trabajaba durante la semana en el canal y los sábados en FM Síncope, una emisora radial, también haciendo notas en la calle pero con tono informal. Luego de un tiempo tan sólo me quedé con el trabajo de la radio, pero ahora en el informativo de la mañana desempeñando (y aprendiendo) trabajo periodístico. Al fin terminé el secundario y en 2008 me fui a estudiar a la ciudad de Actualmente, en 2010, he presentado mi segunda obra literaria: “Siete días, siete secretos”. Se trata también de una colección de poemas, prosas, minirrelatos y cuentos que he estado escribiendo y trabajando los últimos dos años. Para este libro, publicado en Editorial Dunken, hice fundamental hincapié en la temática y la relación entre un texto y otro. La escritura, la composición literaria y la lectura siguen siendo una realidad inquebrantable en mi vida. Suelo decir que escribo porque lo necesito, sólo porque esas cosas que no puedo volcar al papel perforan mis sesos y me causan un daño inmenso. A pesar de la exageración, es verdad que la falta de expresión me causa un vacío grande que prefiero no experimentar y en la literatura encuentro la calma y el equilibrio que mi vida nunca consigue. Entiendo hoy que este arte, este vasto e inmenso arte, es una de las mejores formas de obtener (mediante mis inexpertas letras) la prolongación de mis convicciones y pensamientos... Por ello sigo escribiendo.
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